Dos llamadas fueron de lo más trágicas en mi vida, y aunque me sentía feliz por estar en la universidad y tratando de hacer nuevas amistades, dos llamadas derrumbarían todo, y harían añicos hasta que un viento del oeste los soplase y, no quedara nada.
Yo soy estudiante de Psicología
en una universidad en la región de Kawasaki, mi padre fue mecánico y con el
tiempo abrió su propio taller, el cual ya no tendría que trabajar ahí,
sino solamente contratar a gente para
que trabaje por él, así supuse yo, mi madre, sin embargo fue una enfermera, una
mujer muy amable, se dedico gran parte de su juventud y sus años a estar
pendiente del cuidado de las personas de la tercera edad, es decir adultos
mayores. Por cosas del destino mis padres se separaron, y ambos realizaron sus
vidas, cada uno encontró a su nuevo compromiso y establecieron su propia, nueva
familia.
Y este lapso de separación, se
daba cuando ya terminaba estudios de bachillerato y tendría que prepárarme para
ingresar a la universidad. Aún no sabía que profesión seguir, ya que nunca
llegaba a tomar decisiones por mí mismo, siempre había alguien a quien acudía o
consultaba de cualquier asunto. Pero ya era la hora de escoger las cosas por mí
mismo, así que me di cuenta de que el hombre era tan complejo que me interesó
por entender más de ello, y así fue que escogí Psicología. Sin embargo, el
primer mes que estaba cursando estudios universitarios, se presentan las dos trágicas llamadas.
Regresando a mi pensión cerca
de la universidad después de clases, suena mi celular, un número que no tenía
apuntado en mi agenda, así que tuve que contestar y saber quién era.
-¿Ayumu Kimirone? Joven, ¿es
usted?-pregunta una voz femenina, algo nerviosa-.
-Él habla, ¿Quién es usted?-respondí
con curiosidad-.
-Soy Moe, esposa de tu padre,
Tsuyoshi.-Se podía percibir por el tono de voz, que contenía algo-
-Tenga un buen día, señora
Moe, ¿Cómo esta? -Respondí gentilmente, como siempre lo hacía-.
-Ayumu, debes saber una penosa
noticia, tu padre cuando fue a revisar el taller, uno de los ayudantes no podía detectar el problema del auto, y tu
padre, -comienza a escucharse lagrimas con palabras- quiso hacer el trabajo el
mismo, y al ver debajo del auto, el nuevo empleado no puso seguridad a los
ajustes que sostenían al auto, y, y…
No pudo seguir hablando la
señora Moe, y rompió en lágrimas y quejidos, combinadas con cada palabra, se
pudo escuchar la más triste tragedia de ese día. La llamada había terminado,
colgó, colgué el teléfono. Reflexioné. Pensé y pensé en mi padre. Daba vueltas
y más vueltas en el cuarto. Abrí la ventana, miré afuera, vi los autos, más
autos y, comenzaron a salir lágrimas y más lágrimas que no se podían contener,
se sentía que cada lágrima llevaba consigo un peso más fuerte que los golpes en
mi pecho.